exclusivamente propias y peculiares de la Marina. Sin embargo se intentó y procuró corregir algunos de estos defectos en tan gran obra, ya mejorando su estilo, ya cercenando algunas cosas supérfluas, ya añadiendo otras mas nuevas é importantes, y aun se disponia su impresión con magnificencia, cuando murió el serenísimo señor Infante don Gabriel que la fomentaba; pocos dias después faltó también el señor don Carlos ni que la protegia, y al año siguiente falleció el autor, cuando iba á recoger el premio de tan dilatadas fatigas. La viuda del laborioso Sotuel obtuvo una pensión del Rey, y entregó en reconocimiento de esta gracia al Ministerio de Marina todos las manuscritos de su marido.
Por ver inutilizados estos trabajos, emprendió sin duda el Teniente de navio don José de Vargas y Ponce, que se hallaba en Madrid encargado de la publicacion de las cartas y derroteros formados por el Gefe de escuadra don Vicente Tofiño, un Diccionario náutico, para el cual había llegado á reunir, segun dice, hasta 140 voces puramente técnicas del lenguage marino (19). Cada letra formaba uno ó mas tomitos, conforme su respectiva extensión: no estaban definidas todas las palabras, sino apuntadas las especies como en borrador, para extender después los respectivos artículos con mayor exactitud y meditación. Sin embargo, el excelentísimo señor don Antonio Valdés, Ministro de Marina, conociendo la importancia de un Vocabulario facultativo, y que no podia perfeccionarse sino dentro de las tablas de un navío, ó de los obradores de los arsenales, fue remitiendo á los Subinspectores de estos los tomos de cada letra, para que añadiesen y corrigiesen cuanto estimasen útil y conveniente. Por este medio adquirió este Diccionario muchas mejoras, pero ni se concluyó, ni se le dio la última mano que necesitaba, quedando solo sus apuntes y artículos como materiales para formar otro nuevo.
Aunque el P. Esteban de Terreros, de la Compañía de Jesús, y Catedrático de matemáticas del seminario de Nobles de Madrid, no se propuso escribir particular y exclusivamente un Diccionario de Marina, sino comprender las voces de esta profesión en su Diccionario castellano de ciencias y artes, merece no obstante nuestra consideración, ya por el conato que puso en reunir y acopiar las de este lenguage, que es como de una nación totalmente extrangera (20), ya por el influjo que ha tenido su autoridad para algunos escritores que le han seguido sin examen ni discernimiento. Si la empresa de Sotuel, reducida solo á la parte marina, aunque explicada científica y difusamente, pareció una empresa descomunal y gigantesca, ¿cuánto mas lo debia ser una obra que contuviese el lenguage propio, los vocablos técnicos y vulgares de todas las ciencias, artes y oficios que se cultivan en las naciones civilizadas? Cuando las ciencias estaban en su infancia, y se percibian en su cuna ú origen los vínculos que las unen, entonces abrazarlas todas era mas fácil y hacedero, y no era raro por consiguiente ver algunos sabios universales como se refiere existieron en los pasados siglos. Mas desde que el árbol de la sabiduría multiplicó sus ramas, y éstas se dividieron y subdividieron en clases y materias tan diferentes cuantas comprende y sujeta á su examen y meditación el entendimiento humano, ya no es posible el estudiarlas todas y cultivarlas. Suficiente y aun sobrado hace quien en su peculiar carrera y profesión logra adquirir los conocimientos necesarios para desempeñarla bien, ó para simplificar su enseñanza y doctrina, ó para adelantar y extender sus aplicaciones. El P. Terreros, que ya habia experimentado esta dificultad al traducir al castellano el Espectáculo de la naturaleza del abate Pluche, intentó superarla consultando los libros, los artistas y profesores, y concurriendo personalmente á los talleres del sastre, del carpintero, del tejedor , del guarnicionero, del tornero y de otros menestrales (21). Como no tenia en Madrid igual facilidad para examinar por sí los obradores de un arsenal y astillero, ni el pormenor de la complicada máquina de un navio, se halló en la necesidad de apelar al examen y estudio de varios tratados de náutica, de arquitectura naval y de otros; y aun con el auxilio de un Diccionario marítimo nada vulgar, que no dice cual sea, conoció la insuficiencia de estos medios para instruirse cual convenia y deseaba, y hubo de recurrir á los informes de varias personas ilustradas, y entre ellas á su discípulo don Juan Pesenti, Marques de Monte-corto, de cuya instrucción y generosidad recibió muchas noticias, y la resolución de las dudas que no alcanzaban á desvanecer los libros que habia consultado (22).